Gracias al trabajo colaborativo de la Red de Museos de Los Ríos, el arqueólogo Simón Urbina incluyó la visita a la colección del museo dentro del proyecto de cooperación internacional financiado por la Universidad de Cambridge y el apoyo de un Fondecyt.
El corazón de un museo está en sus colecciones, son los objetos que resguardan su razón de exisitir. A veces, el visitante pasa raudo a disfrutar de la vista panorámica de la bahía, su paisaje impresionante, más aún desde sus modernos miradores y sistema de pasarelas, fotografían los muros y la monumentalidad del sitio, apenas sospechando la lucha por sobrevivir que afrodescendientes y presidiarios realizaban a diario entre el hambre y el trabajo forzado.
Sin embargo, pocos pueden entrar a ese reservado espacio, que viene a ser como las bóvedas de un banco, donde se resguardan las colecciones. En un pequeño cuarto lleno de estantes y cajas con números, duermen los testigos del tiempo. Pequeños vestigios del pasado, algunos casi resquebrajados de miradas, otros permanecen en el misterio aguardando el ojo experto, la mirada estudiosa, el comentario instruído que les devuelva su relato otorgándoles profundidad histórica.
Para el museo, sus colecciones son la ventana hacia el estudio científico del monumento, el único libro que no tiene prejuicios y muestra lo invisible. Ahí descansan los fragmentos de lo cotidiano, botones, monedas, restos de cántaros, de tejas, de ladrillos donde alguna vez caminaron personas que hicieron suyas estas aguas.
Red de Museos de la Región de Los Ríos
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